Cuando pensamos en acudir a un médico en otro país, pocas veces imaginamos que lo más difícil no será el idioma, sino la forma en que nuestra dolencia puede ser interpretada. La gestión del dolor fuera del país de origen se complica porque la percepción y la expresión del dolor varían según la cultura. El resultado: síntomas mal entendidos y tratamientos menos adecuados. Para anticipar estas dificultades, veamos primero cómo influye la cultura en la manera de sentir y expresar el dolor, los retos que esto plantea a la atención médica y, por último, qué estrategias pueden ayudarnos a manejar mejor el dolor durante una estancia en el extranjero.
El dolor es universal, pero la forma de interpretarlo y expresarlo está profundamente moldeada por la cultura. Un mismo síntoma puede verse como algo normal en un contexto cultural y como un signo alarmante en otro.
Por ejemplo, en países mediterráneos se acepta expresar abiertamente el dolor, mientras que en culturas del sur de Asia se valora la contención y el estoicismo. Un estudio de la Université du Québec en Outaouais, realizado con participantes de Canadá y China, mostró que las personas de Asia oriental suelen contener la expresión del dolor hasta que se vuelve insoportable, mientras que en Occidente se tiende a manifestarlo antes y con más variedad de expresiones faciales.
Estas diferencias llevan a interpretaciones opuestas: un médico puede pensar que un paciente exagera o, al contrario, que minimiza su dolor, dependiendo del contexto cultural.
Los prejuicios culturales también generan discriminación en la atención médica. En Francia, por ejemplo, se acuñó el término ‘síndrome mediterráneo’, denunciado ya en los años cincuenta por el psiquiatra martiniqués Frantz Fanon. Con él se señalaba injustamente que pacientes de origen africano, magrebí o caribeño exageraban sus quejas y eran menos resistentes al dolor.
Las consecuencias de este prejuicio pueden ser graves. En 2020, Yolande Gabriel, una mujer de Martinica residente en Francia, llamó a emergencias con fuertes dolores y dificultad para hablar. Su situación no fue tomada en serio y la ayuda llegó demasiado tarde: falleció de un paro cardiorrespiratorio.
Los expatriados se enfrentan a varios obstáculos cuando necesitan atención médica en el extranjero. El primero son los problemas de comunicación. La barrera del idioma dificulta explicar con precisión los síntomas. El dolor, además, suele describirse con metáforas como “quema”, “punza”, “tira”, que resultan difíciles de traducir. Esto hace que muchas veces el paciente tenga que limitarse a expresiones vagas como “duele poco” o “duele mucho”.
A esto se suma la percepción cultural del dolor. La intensidad con la que se expresa depende de cada cultura, lo que puede llevar al médico a malinterpretar al paciente, ya sea pensando que exagera o que minimiza sus quejas. Estos malentendidos implican un riesgo de estigmatización o de recibir un tratamiento inadecuado.
Otro obstáculo importante es el acceso desigual a los analgésicos. Medicamentos de uso común en algunos países pueden estar restringidos o prohibidos en otros. Por ejemplo, la codeína, muy presente en ciertos fármacos europeos, está prohibida en Georgia por estar relacionada con el opio. Dos turistas francesas llegaron a comprobarlo cuando fueron detenidas por viajar con medicamentos que en su país eran legales.
Finalmente, los protocolos de tratamiento también difieren de un país a otro. En algunos se prioriza la fisioterapia, en otros la medicina tradicional, mientras que en otros el uso de opioides es más habitual. Estas diferencias hacen que la gestión del dolor en el extranjero pueda resultar todavía más complicada.
A pesar de estas dificultades, existen formas de prepararse para manejar mejor el dolor cuando se vive o se viaja fuera del país.
Antes del viaje
Conviene preparar un informe médico traducido, con diagnósticos, tratamientos en curso y posibles alergias. También es útil aprender algunas frases médicas básicas en el idioma local, como “tengo dolor de cabeza” o “tengo náuseas”. En algunos casos, el médico de cabecera puede recetar medicamentos para varios meses, lo que facilita continuar el tratamiento en el extranjero.
Durante la estancia
Las escalas visuales de dolor (del 0 al 10) ayudan a expresar mejor la intensidad del malestar. Es importante insistir con diplomacia si uno siente que no está siendo tomado en serio. Y, si la comunicación resulta demasiado difícil, siempre se puede recurrir a un intérprete médico.
Como complemento
Es recomendable informarse sobre las prácticas médicas del país de destino y, en caso de necesidad, acudir a hospitales o centros de salud que estén avalados por la aseguradora internacional.
Una buena gestión del dolor en el extranjero no depende únicamente de la atención médica que se reciba, sino también de la capacidad de entender las diferencias culturales que influyen en su percepción y expresión. Con preparación, información y un poco de previsión, es posible acceder a una atención más adecuada y proteger la salud incluso lejos de casa.
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